El frío de Quito no fue el impedimento para que Luis Panamá, conductor de la Cruz Roja; Edwin Dávila y Diego Valencia, paramédicos de la misma Institución, cumplan con el turno de 12 horas del pasado 16 de enero, que se inició a partir de las 19:00.
Empezando la nocheLuis y Edwin fueron los primeros en llegar y alistar la que sería su cama en esa noche de trabajo, las camas de hierro que con el pasar de los años se oxidan fueron cubiertas con delgadas mantas de lana que los abrigaban hasta recibir la primera llamada de emergencia de la central de la Cruz Roja.
Una vez preparados con sus equipos, a las 20:15, dieron el primer dato a la central informando que irían a llenar de combustible la ambulancia, en medio de la lluvia que cubrió la capital, después de cumplir su primera labor, se dirigieron a buscar a su tercer compañero: Diego, que se encontraba cerca de un local de comida rápida en el norte de la ciudad, así que decidieron matar dos pájaros de un tiro, al comprar la cena de aquella noche.
Con fundas llenas de comida se dispusieron a volver a la central cuando luego de 5 minutos de camino recibieron la alerta de un accidente de tránsito en la calle Necochea, al sur de Quito, y al confirmar la presencia de un herido, Diego encendió la sirena, que ayudó a despejar las calles que los llevarían hasta la víctima.
Al llegar, familiares y curiosos que se encontraban cerca del herido agitaban sus brazos para llamar su atención, Diego y Edwin, bajándose de la ambulancia que seguía en movimiento, corrieron para revisar a la víctima de 42 años, que presentó un rasgamiento en su córnea e iris además de un traumatismo es su cráneo.
En medio de los gritos de la esposa del herido, Diego condujo la camilla hasta la ambulancia para llevar al accidentado hacia el hospital más cercano.
El olor a papas fritas y a sablón, sustancia utilizada para desinfectar, se mezclaba en el interior de la ambulancia que a gran velocidad esquivaba automóviles para llegar al Hospital Villaflora, cuando a las 21:47, el despiste de un conductor provocó el choque de la ambulancia con el pequeño auto, sin dudarlo, Luis continuó con la travesía hasta llegar al Hospital.
Entre falsas alarmasEl reloj marcó las 23:47. Sin quitarse los zapatos y overoles, los tres paramédicos decidieron descansar mientras comían las papas ambientadas al frío de Quito. Discutiendo de los informes que debían realizar el lunes de a poco se cerraban sus ojos.
Una hora después, entre ronquidos, Diego escuchó a lo lejos la radio que daba el aviso de un volcamiento en el sector de El Trébol, despertando a sus compañeros, corrieron hasta la ambulancia.
Como si estuviesen en una Montaña Rusa, el estómago de Edwin se movía con mariposas cada vez que Luis aceleraba al bajar un puente a desnivel, al llegar al lugar del accidente, no encontraron más que un automóvil volcado en la cuneta sin su conductor que se había dado a la fuga minutos antes.
Al intentar comunicarse con la central recibieron otra alarma de volcamiento en la Autopista General Rumiñahui, cuando llegaron se encontraron con el mismo caso anterior.
“Diego queremos dormir”A Diego lo conocen como el pecador, por el conocido dicho: Pagan justos por pecadores. “Siempre que trabaja Diego se viene la ciudad abajo no se por qué le deje subir en mi turno a la ambulancia”, dijo Edwin en medio de bostezos y risas que amenizaba su regreso a la Institución.
“Bonita noche, falta una llamada y ya” comentó Diego al acomodarse en su cama. A las 02:28 la radio se volvió a escuchar esta vez fue el atropellamiento de un joven en la avenida Orellana y Amazonas, la sirena de la ambulancia parecía no incomodar a sus pasajeros por la costumbre de convivir con ella.
Una vez que llegaron hasta el joven atendieron la fractura de su pierna y confirmando que hospital tenía cabida, arrancaron.
Dejando a salvo al herido regresaron una vez más a la Cruz Roja a las 03:40, hora en la que Luis, Diego y Edwin cerraron sus ojos junto con la ciudad que también se dispuso a descansar.