04 enero, 2009

LA TRADICION QUE UNE

En estas fiestas, el corazón de la gente se ablanda y sin importar raza, color, ni religión; el abrazo y las bendiciones caen para todas las familias. “Y se siente el amor”, fue el comentario de la familia Rosales, mientras miraban una imagen del niño Jesús acostado en medio de una decena de trajes de colores para vestirlo, ellos acudieron al mercado navideño en el parqueadero número cuatro en el Parque La Carolina.

Lo que más deseaban era realizar su pesebre por primera vez y en el quiosco de la “seño Ana”, como todos la llamaban, esperaban encontrar todo lo que necesitaban.

El olor intenso a sahumerio y de fondo los villancicos del pibe Trujillo daban ambiente en el lugar, el sol que brasa en la ciudad de Quito al medio día fue testigo también de las ventas y de cómo poco a poco la decoración iba cambiando.

Al fondo del pequeño cuchitril como lo llama la seño Ana se encontraban un par de caretas que se venderán la próxima semana cunado se acerque el tan esperado fin de año para ella, pues es donde más hay ganancia, dice. A lado de las mismas, en medio de un par de cajas se encuentra José Antonio, de tres años de edad, es más conocido como el Pepito, es el primer hijo de la “seño” y con un tanto de seriedad y timidez observaba a Julián, hijo de la familia Rosales.

La simpatía del pequeño Julián se ganaba la mirada de algunos clientes que se encontraban en el mismo lugar, y sus ganas de jugar hicieron que se acerque a Pepito y con su mano melosa le brindo un par de caramelos.

En forma de agradecimiento Pepito le extendió la mano y llevó a jugar a su nuevo amigo en el césped cerca del quiosco de su madre.

La gente se iba acumulando en el parqueadero y personas ajenas a las dos familias con un par de comentarios hicieron sentir incómoda a la madre de Pepito.

“Hecha la importantes vienen hacer de menos a uno” dijo Ana, respondiendo al comentario de una cliente que recomendó a la familia Rosales que aleje a su hijo del otro niño porque podría contraer una infección. De inmediato Carlos Rosales respondió con una pregunta, diciendo “¿Ni por ser navidad ablanda su corazón?”, con las mejillas sonrojadas, la inesperada consejera se retiro hacia otro quiosco.

Mientras eso ocurría, sin poder entenderse, porque los dos niños aprendían a hablar, los dos niños reñían por un carrito de plástico y un grito de dolor se escuchó por todo el lugar debido a que Julián de un golpe en la mejilla tumbo a Pepito encima de un muñeco construido de aserrín con la careta de Álvaro Noboa, que se encontraba en la parte posterior del quiosco.

“No es cuestión de regalos, sino cuestión de actitud hacia la vida y las demás personas, lo que cada persona refleja es lo que lleva la gente en su interior” dijo al despedirse de Ana después de repartir bendiciones y mensajes de prosperidad.

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