12 febrero, 2009

El infierno es de color amarillo

La mañana de cielo celeste, fue la perfecta excusa para que Cristina Flores se vista con una de sus blusas favoritas para el sol, el mismo que inundaba la capital de la República a las 08:00.

Cristina es usuaria frecuente del transporte público, sobre todo del Metro bus que se dirige por el corredor central a ambos extremos de la ciudad, de la estación norte de la Ofelia hasta el centro-sur, en el Playón de la Marín.

“Todo parecía perfecto, en la parada de bus no había gente y yo fui la primera en la fila”, decía mientras buscaba un lugar seguro en el que no le empujen los demás pasajeros al entrar y al salir del Metro bus.

“El primer bus que vino estaba tan lleno que decidí esperar al siguiente, que se lo veía venir desde unas cuantas cuadras atrás”. Al llegar el medio de transporte tan anhelado, no sólo por Cristina, sino por otros pasajeros más, sus rostros se transformaron como si estuviesen observando una película de terror, el conformismo de saber que tal vez la siguiente unidad llegaría en las mismas condiciones, hizo que decidieran entrar.

Como en lata de sardinas, todos los pasajeros iban rectos y pegados muy cerca unos de otros, sólo se escuchaba las quejas al suplicar que no entren más, pero era imposible, Cristina estaba sobre tiempo para llegar a su lugar de trabajo en el centro histórico.

El bus largo que en horas pico alberga una centena de pasajeros, viajaba por el corredor central, como el carro que divierte a los niños en los fines de semana, llamado el gusanito, que se menea sin cesar en cada curva.

Estas unidades de transporte, corresponden a empresas independientes como Mitad del Mundo, Compañía Pichincha, Tesur, entre otros. Los mismos que prestan este servicio en el corredor central Metro Q, que tienen integración con la Ecovía y el Trolebus, transporte propio del Municipio de Quito.

Por el micrófono se comunicaba el chofer, Jaime Ródas, recordando a los usuarios que cuiden sus pertenencias y que anticipen sus paradas para poder salir de la unidad transporte. Las personas de tercera edad que ingresaban eran uno más del grupo, ya que jóvenes al verlos desviaban sus miradas hacia la ventana o a sus celulares sin tener la mayor intención de ceder los puestos.

La luz del sol, enceguecedora para quienes estaban en el lado izquierdo del bus, hacía que se acreciente su desesperación al abrir las ventanas de par en par, “el infierno es de color amarillo”, dijo Cristina, que parecía estar incómoda con su blusa favorita, ya que apenas recibía una leve brisa hasta donde estaba sentada.

El tiempo estimado entre estaciones es de 30 minutos, lo cual lo convierte en uno de los medios de transporte más rápido y en uno de los que brindan el peor servicio en la corporación de transporte y vialidad del municipal. Cristina luego de haber arribado a la estación Seminario Mayor, a penas se pudo colocar en uno de los lugares especiales para uso de discapacitados, con el fin de no ser empujada y manoseada por quienes utilizan este servicio.

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